pero aquel buen señor es incapaz de golpe alguno, como no sean los golpes de pecho. Ni sabe lo que posee, ni distingue los hom- --bres extraordinarios por su mérito efectivo de los que lo parecen por su destreza en la lisonja. Les mide por la adhesión idolátrica i que le manifiestan; ha venido haciendo el ídolo de pueblo en pueblo, fiado en que Ma- drid le tendría dispuesto el altarito.
En confianza te diré que tuve una conver- sación á solas con el leopardo, y las medias palabras que pronunció me revelaron su pen- samiento, conforme con el mío, de que con este buen señor no se va á ninguna parte. Recelaba el fiero cabecilla que la aproxima- ción á Madrid era un movimiento político antes que militar, y que corríamos á un des- enlace de comedia de figurón. Preguntéme 1 si sabía yo algo de enjuagues proyectados: respondile que no, en lo cual me permití ser más diplomático que verdadero, pues así me lo exigia mi delicadeza. Lo que yo sabía, no podía decirselo á Cabrera ni á nadie, y si á ti te lo cuento ahora es porque el fracaso del laborioso arreglo me libra del compromiso de la discreción. Si aún conviene guardar el secreto en las conversaciones frivolas, no pe- * quemos de remilgados frente á la Historia, y la Historia eres tú, el hombre del porve- nir, ante quien este viejo del pasado vacía el saco de sus conocimientos.
Los personajes de mi comedia. son la Rei- na Doña María Cristina; su hermano el Rey de las Dos Sicilias; la Infanta Doña Luisa