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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

administre y gobierne. Todo se vuelve aquí intrigas y discursos, miedos grandes de mu- jeres y ambiciones pequeñas de hombres. Falta un noble carácter de Rey, juicioso, valiente y honrado. Los liberales no tienen cabeza, y la de los facciosos es una cabeza de cartón. Te reirás de mi filosofía histórica; To dicho dicho está, y pruebame tú lo pero contrario.

Desde la fácil victoria de Villar de los Na- varros hasta que se nos unió Cabrera en Buenache de Alarcón, en mi memoria se marcan principalmente los días por los Te Deum que cantaban algunos pueblos al ver entrar al Rey, por las misas que éste manda- ba celebrar, por la continua matanza de pri- sioneros. Las fragosidades de Albarracín por la parte de Teruel y por la de Cuenca nos vieron correr de misa en misa, de ración en ración, de susto en susto. ¡Qué horribles pueblos! Me resisto á inscribir en las lápidas de la Historia los nombres de Villar del Hu- mo, Trama Castilla, Calomarde, Salvacañe- te, Campillo de Alto Buey... No puedo aso- ciar á tales nombres más que la miseria y la barbarie. La incorporación de Cabrera me fué muy grata, porque en él he visto siempre un caudillo de verdad, y en aquella ocasión hallé un amigo que me consideraba más de lo que yo merezco. Verías allí cómo todo se animó en el ejército Real, donde se codeaban los admiradores del tortosino con los envidiosos de su gloria. Con tal hombre en su mano, otro Rey habría intentado un golpe decisivo; 1