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B. PÉREZ GALDÓS

permitido agregarme á la expedición desde Albarracín hasta Arganda; algunas atencio- nes le merecí, pocas y frías, de esas que no llegan al corazón. Tuvo mi respeto, pero na- da que á cariño se pareciese, y me atrevo á decir que la mayor parte de los que le siguen se hallan en la propia situación de ánimo. El hombre no sabe ser guerrero ni político, ni posee el arte de tratar á las personas cuyo concurso anhela. Distingue à los clérigos de los seglares; pero ni á éstos ni a los otros sabe distinguirlos entre sí. Entiendo que mo ha mirado con benevolencia desdeñosa, no considerándome buena presa, es decir, no cre- yéndome útil para su partido, por causa de mi decaimiento y pobreza, que han cuidado de revelarle los aragoneses que me conocen. En la misma moneda de compasivo respeto le he pagado yo. Declaro en conciencia, sin asomos de pasión, que la única vez que he tenido el gusto de escucharle, comiendo en la casa de los Muñoces, en Tarancón, oi de sus augustos labios soberanas vulgaridades. No tenía yo ideas muy optimistas de su in- teligencia; mas aquel dia formé opinión ca- bal y definitiva de los puntos que calza esta pobre Majestad, y no vacilo en afirmar que no calentará el Trono, si en él llega á sen- tarse.

Trataré de poner método en mi relato, Fer- nandito mío, para que te enteres bien. Lo rimero que te digo es que no creas que esta carta es falsificada, como la que recibiste con la firma de un Miguel de los Santos Al