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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

moso caballo, aunque no iguala, no, al que gané á Fernando. De esta amistad vino la del Infante D. Sebastián, mandarín en jefe de estas tropas Reales (que así me veo forza. do á llamarlas), el cual se ha dignado ver en mí no sé qué superioridad de maneras, de jui- cio y de conocimiento que me llena de confu- sión. En todo el tiempo que le deja libre el militar servicio, quiere tenerme á su lado. Nuestras pláticas, así literarias como políti- cas, no acaban nunca, y suelen ser de gran substancia por mi experiencia del mundo y esta larga vida mía, que con la virtud de mi feliz memoria me ha hecho histórico archivo de cosas y hombres. Conozco á medio mundo; sé juzgar lo que he visto y describir con exactas líneas los caracteres en lo privado y en lo público.

De todo ello ha resultado que el Infante quiere llevarme en su Cuartel Real hasta Ma- drid, hacia donde marchan resueltamente. Parece que ahora va de veras, y que están las cosas bien amasadas para que la discordia de las dos ramas tenga un término dichoso, y se ataje este río de sangre que en todas las partes de la madre patria brota por las crue- les heridas de la guerra. No puedo deciros más sobre este punto, sino que, habiendo re- capacitado en la conveniencia de llevará Ma- drid estos pobres huesos, acepto la invita- ción del excelso Infante, y mediante el bene- plácito de su señor tío, á quien á boca llena Ilamamos Rey, me agrego á la Corte, y con ella voy, como el famoso loro, á onde me le-