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B. PÉREZ GALDÓS

dad, no puedo eximirme. Me acosan, me asaltan, y he de oirles, por lo menos. Diariamente recibo noticias de Felipe, que no ha ido á la Encomienda: continúa en nuestro palacio de Madrid, sin alteración en su tristeza y aislamiento. Las noticias de hoy me hacen recaer en el abismo de mis penas, y esta tarde no he querido recibir á nadie, ni al mismo Gallego, que vino acom- pañado de Eulalia Montecastro y de Pilar Selva Fría. La tía Consolación les dió cho- colate de Astorga, y D. Juan Nicasio contó chascarrillos de confesiones de baturros. Desde mi cuarto, en el piso principal, oía la voz gruesa del clérigo y las francas risas de su auditorio.

Hoy domingo. Llegó D. José Moya, el so- cio del librero Boix, y he hallado un consue- lito á mi pena tratando con él de un envio de libros que pienso hacer á Fernando. No puedes figurarte cuánto he gozado viendo el catálogo de obras francesas, enterándome de los precios, y oyendo apreciaciones no muy autorizadas sobre el mérito literario de éstos ó los otros autores. Eligiendo y desechando libros he pasado un buen rato, figurándome que Fernando estaba presente y que aproba- ba mi escrutinio, enteramente acorde con mi gusto. La caja contendrá la nueva edición del Ossian con grabados magnificos, y la! última Vida de Napoleón, también con la mi- nas muy hermosas. Por cierto que hay entre estas una de la cual no quiero hablar ahora; } pero ya te diré algo en ocasión oportuna. Es