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B. PÉREZ GALDÓS

de tu destino. Bendigo á esos buenos seño- res, amigos fieles, Cortina y Salamanca, que te ayudan en tu magna empresa. Inspireles Dios, y á tí te dé fortaleza y serenidad. No ceso de pedirte que encierres con cien lla- ves tu romanticismo, todo ese imaginar in- sano que debes à Tas lecturas continuas, al hábito de vivir dentro del misterio, á esa fata.idad de tener drama oculto, vida de no- f vela por dentro. ¿Me explico? Aguardo im- paciente la carta en que me digas el resul- tado de lo que llamas operación quirúrgica. Encomiéndate à Dios, que no dejara de mos- trársete benigno, viendo atenuada tu enor- me falta por el sentimiento purisimo que es consecuencia de ella. El pecado y la virtud ¡qué cosa más rara! se ven enlazados en la vida humana, y donde menos lo piensas en- cuentras un eslabón de oro entre los de hie- rro de tu cadena. Te reirás de las figuras que se me ocurren. Algo se me pega de tu florido ingenio.

Delicadísima es tu situación frente á Fe- lipe, y todo el tacto que empleares para sor- tearla me parecerá poco. Considera, Pilar, que las espinas de su carácter están en la superficie; su corazón es bueno. Desgracia grande ha sido que no supiera conquistar el tuyo, aun después del tropiezo. Ya es tarde para la concordia. Si el cariño no puede existir, sálvense la estimación y el mutuo respeto. Te digo todo lo que se me ocurre, sin reparar en que mis exhortaciones lle- guen tarde. Pongámonos en manos de Dios,