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B. PÉREZ GALDÓS

rán sobre él!... Si queriéndole yo nos ali- viáramos ambos de este horrible peso, mi corazón se halla dispuesto al amor de todos, á la concordia, á la reconciliación. No sé si esto será posible, dado su orgullo, su digni- dad puntillesa, llena de asperezas... Pero por mi no quede. Quiero amar á todos, y que todos me amen, merézcalo ó no. Abro el Kempis y leo: Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males.

Por la tarde.-El silencio y la quietud reinan en mi casa. Parece esto un panteón, y á mi sepulcro no llega ningún rumor. ¿Qué pasará en el de Felipe? A ratos me entran vivos deseos de correr de mi cripta á la suya y decirle... No, no me atrevo. Espero que el muerto de allá me visite. Lo deseo y lo temo. Me inquieta que hoy no haya venido Cortina; mas por mi doncella sé que pasó toda la mañana en las habitaciones de Fe- lipe.

Ha roto esta monotonía un billetito de Sa- lamanca, diciéndome en estilo de negocios: «Hecho. Mañana otorgaremos la escritura. Espero instrucciones.» Le contesto que se entienda con Cortina. Ya ves: vamos bien. El programa se cumple, y mis deseos se van condensando en la realidad. Pronto será Fernando poseedor de un millón de reales; ya no podrán decirle que se ignora de quien recibe el dinero que gasta. Afirmar puede ya que es rico porque lo es su madre, y su madre soy yo, que aún tengo otros millon- citos guardados para él. Ya no es humillan- . L $ 1