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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque descansa en Dios, no en el mundo.

Habíase encerrado en su aposento con ri- gurosa consigna, como yo. Cortina le acom- pañaría hasta media noche, procurando con- servar en su ánimo la serenidad, y preparar- le para los actos razonables. Lo que no tiene remedio debe afrontarse con valor y espíri- tu de concordia. Terminó diciéndome que continuase yo prisionera de mí misma, ale- jando de mí todo temor de escenas ruidosas y de manifestaciones imponentes. Sus últi- mas palabras me hirieron en el corazón: «Fe- lipe la ama á usted con locura... Esta es la verdad... quizás sea forzoso reconocer que no ha sabido amarla, porque el amor, digase lo que se quiera, no sólo es un sentimiento, sino también un arte. Adiós, amiga mía. Ya estamos del otro lado.>>

Miércoles por la mañana.-No ceso de re- petir la última frase de mi salvador: «ya estamos de la otra parte.» Me parece men- tira. Ya Fernando es mío, y yo soy suya. Ya podré vivir para él á cara descubierta. ¡Cuánto me ha costado llegar á esto! Pero al fin he llegado, estoy en mi terreno, don- de pisaremos él y yo libremente. Dale, dale la feliz noticia, con las discreciones y ate- nuantes que tu buen juicio țe sugiera. Que participe de mis esperanzas. En medio de mi triunfo, que triunfo es, estoy triste: no se aparta de mi mente la imagen de Felipe abrumado de dolor por mi causa. ¡Cuántos años de mentira y disimulo! Y cómo pesa-