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B. PÉREZ GALDÓS

que ella traería un buen coche de alquiler, situándolo en la Ronda, y que nos escapa- ríamos lindamente por la puerta del jardín sin que nadie nos viese. Luego me pareció. algo ridícula esta manera de ausentarme, y determine salir rápidamente por la escale- ra y puertas principales sin decir nada. Fue- ra de mi cuarto ya, retrocedi, acordándome de que había prometido á D. Manuel no to- mar resolución alguna sin su dictamen, y he vuelto á mi encierro, donde estoy como en capilla. Heme acogido al Kempis, que por donde quiera que se abra nos muestra un admirable pensamiento, de pasmosa concor- dancia con lo que sentimos o padecemos. He leido: Cuando el hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca á los de-¹ más, y sin dificultad satisface á los que le odian.

A media noche.-A las nueve y media,. cuando yo acababa de mal comer en mi ha- bitación, entró Cortina. Antes que me ha- blase, conocí en su rostro grave que el paso había sido tremendo, y que el servicio que me ha prestado merece eterna gratitud. Llo- rando quise besarle las manos, lo él no. que permitió. La revelación, según me dijo, len- ta, dificultosa, impresionó á Felipe de un modo tal que nuestro amigo llegó á temer un acceso de locura. Vino después un aba- timiento hondísimo, postración de todas las energías fisicas y espirituales, y el hombre se reconcentraba en su dolor con cristiana paciencia. Había cogido el Kempis y leia: