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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

da uno es ante Dios, séalo ante los hom- bres. Impere la verdad, siempre superior á los embustes mejor compuestos y con más arte pintorreados. Arrojemos las pelucas, los postizos, los afeites, las ballenas que oprimen, los mil artificios que son defor- mación y tormento de nuestro sér. Dios abomina de los cosméticos, de las máscaras y de toda farsa. Nos quiere sinceros, puros, con nuestra conciencia bien diáfana, mani- fiestos nuestros delitos si los tenemos, así como nuestras virtudes, que algunas hay siempre. Así he de ser yo, y el valor que ahora siento no ha de faltarme.

Me encierro en mis habitaciones, confor- me á la voluntad de Cortina. El calor es hoy extremado, arde la atmósfera, y el cielo pa- rece que está preparando rayos y centellas, quizás un pedrisco asolador. Oigo truenos lejanos.

A prima noche. Esta tarde, mientras es- tallaba una de las tempestades de verano más ruidosas é imponentes que he visto en mi vida, he sentido un pánico horroroso. La idea de que entrase Felipe en mi cuarto á recriminarme, pronunciando el trueno gor- do, me ha causado un sobresalto indecible. La tempestad casera que he temido y temo, me asustaba más que la que rodar sentía por los espacios, con sus nubes negras preñadas de electricidad. A las cinco, próximamente, mi susto era tan vivo, que determiné huir. Vestime en un instante; mi doncella recogió alguna ropa en una maletita. Concertamos