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B. PÉREZ GALDÓS

vuelvo chicuela sin juicio, una pobre apren- diz de arte social... La suma experiencia y el cansancio me tornan inexperta y des- cuidada. Afortunadamente, mi director me manifiesta, sotto voce, que podremos conser- var la misma escena. La mutación no es ne- cesaria. Viene en mi ayuda una tormenta que refresca la atmósfera, y nuevamente me declaro entusiasta del clima de Madrid en la canicula. Felipe reniega y medita: ha- bla poco.

Miércoles. La proximidad del día, diga- mos momento, designado para el tremendo paso quirúrgico, me causa un terror indeci- ble. Mi pánico es tal que se me ocurre huir á la calladita. Cortina me recomienda la serenidad, desaprobando toda idea de fuga. Debo permanecer en casa, confinándome en mis habitaciones, mientras él, armado de fieros instrumentos de disección, se encierra con Felipe. Debo disponer mi alma para el sacrificio y la penitencia, realizando un acto religioso en mi capilla. Confesaré, comul- garé... Después mi estado nervioso me im- pondrá un reposo absoluto; el médico me prescribirá la permanencia en el lecho, apartada de todo lo que pudiera ser causa de viva emoción. Se me dejará en aislamien- to riguroso, sin más compañía que la de mi doncella, y esto durará uno, dos, tres días, lo que fuere menester...

Amiga de mi alma, ya me duelen las he- ridas que D. Manuel, actuando de cirujano, ha de hacer á Felipe. Creo que á los dos nos