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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

Prado ni una sola vez. Nuestros jardines nos dan por la noche esparcimiento y frescura. Un reducido contingente de amigos, que no llegan á media docena, nos acompaña en nuestros recreos nocturnos; comemos al aire libre, à la graciosa luz de farolillos de papel colgados de los árboles; charlamos hasta muy alta la noche en lugares placenteros, defendidos del sol durante el día; las ranas de los estanques nos dan música, que á mí me encanta... En fin, no es tan despreciable el verano en estas condiciones, ¿verdad? Yo lo defiendo y Felipe lo ataca: me acusa de extravagancia, de mal gusto. Yo me obstino en no salir, esperando que él se canse y huya del calor; el reniega y persiste en estar á mi lado. La disparidad de voluntades nos junta con una cadena de presidio.

La opinión expresada por Cortina de que la cirugía no es eficaz en las altas tempera- tura3, me hace cambiar bruscamente de gus- tos veraniegos, y propongo á Felipe que nos vayamos á Balsain. Me descuidé en la forma del cambiazo, haciéndolo con sospechosa precipitación, y el resultado ha sido contra- producente. Ahora Felipe no quiere salir: pretexta ocupaciones, temor al reúma en las humedades serranas. ¡Qué torpeza la mía! ¡No haber visto la necesidad de las grada- ciones para mudar de gustos en cuestiones de residencia estival! Bien dicen que el me- jor escribano... Es que el largo uso de mis facultades diplomáticas, y esta crisis que ahora se plantea me han trastornado. Me