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B. PÉREZ GALDÓS

es el más doloroso: informar á Felipe, aspi- rando á obtener su benignidad en el caso moral, su colaboración en el jurídico. ¡Inmen- so conflicto, trámite inmenso!... Preguntóme el letrado si me encontraba yo con fuerzas para esta terrible confesión, y le respondi re- sueltamente que no. No tengo ese valor, que es valor de suicida. Propúsome diluir mi re- velación en una carta; discutimos; casi ac- cedí al procedimiento escrito, en el cual pue- do desplegar recursos mil; hablamos tam- bién de una tercera persona, de mi tía Con- solación Armada, de mi confesor Padre Acos- ta... Herida por un rayo de inspiración, le dije: «¿Y usted?» Meditó un rato, y por fin manifestó su asentimiento con palabra lacó- /nica: «Bueno: yo me encargo... Quiero ate- nuarle á usted la amargura del cáliz... Para esto conviene mutación de escena; que el matrimonio se traslade á regiones frescas. El calor excesivo no es favorable á las opera- ciones quirúrgicas.>>

Sabrás que Felipe y yo andamos desde Julio en desacuerdo por si salimos ó no de Madrid. No sólo porque el calor me molesta poco de algunos años acá, y la experiencia me ha demostrado que en este mi palaciote vetusto lo paso mejor que en ninguna parte, sino porque veraneando en la Corte entreveo más probabilidades de quedarme sola, he- mo resistido este año á la temporadita de Balsain. Felipe, por no darme el gusto de la soledad, apechuga con el calor. Aquí nos tie- nes haciendo vida monástica, sin salir al