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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

tas monjitas y los confiteros del pueblo. En fin, que creo no hemos quedado mal con estos reverendos señores, y á mi parecer, no se han ido pesarosos de haber tributado este homenaje á nuestra casa. Grandes elo- gios hicieron de mi mesa y cocina, así come de los ricos vinos blancos y del rancio de nuestras bodegas. A todos les probí muy bien, menos al licenciado Viruete, racionero medio de Calahorra, el cual, quizás por algún exceso en la comida, se sintió por la tarde so- focadisimo, y hubieron de llevarle á la bo- tica, donde le aplicaron, para destupirle, 103 remedios del caso. El señor prior de Albel- da, con quien hablamos de tí, me encargó mucho que te mandase memorias en mi pri- mera carta: allá te van. Piensa ir á La Guar- dia antes de quince días: él te dirá si les tra- tamos como se merecían.

Y vamos á lo nuestro, aunque no me ex- tenderé mucho, porque me llaman mis ocu- paciones: el funeral y el convite me han de- jado la casa muy revuelta, y primero que vuelva todo á su sitio han de pasar algunos días. Lo de las calabazas, por un lado me complace; por otro me apena. En ese desca- labro de nuestro maldecido sujeto, veo la mano de la Providencia, que ha querido cas- tigar con cruel desengaño al que á nosotros nos ocasionó turbación tristísima, que no merecíamos. La desavenencia que nosotros lloramos, págala él con creces, y con ver- güenza y amarguras mayores que las nues- tras. Que se fastidie, que se le lleven los de-