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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

ral. Mi amor propio en ruínas me señala co- mo el último de los seres. Si alguien lograra restaurar en mí la arrogancia perdida, me sentiría yo menos pequeño, y al paladearme, empleando en mi propio examen el sentido del gusto, me encontraría menos desabrido.. Además, oh prudente amigo y maestro, la descomposición de mi voluntad ha deja- do en mi alma un residuo amargo, la duda, que se ha extendido por todo mi sér, y no puedo ya pensar en cosa ni persona sin que al punto la vea desvirtuada y deslucida. Du- do de cuanto existe. Cierto que no puedo ne- gar la virtud, los méritos notorios de la niña de Castro; pero si á ella me aproximara con las intenciones que tú quieres sugerirme, cree que á mis ojos desmerecería. No podría ser ya la Demetria en quien vi tantas per- fecciones... Contémplala en su altura, en su - apartamiento, que ella, como todo lo sagrado, más ha de valer y representar cuanto más distante se encuentre de la acción de nues- tros sentidos, y déjame á mí en esta miseria tristísima. Estoy recogiendo uno á uno los huesos dispersos de mi esqueleto, hecho pe- dazos en el espantoso choque de la caída. Po- co á poco iré armando mi personalidad, que con tantas soldaduras y pegotes no podrá ser nunca lo que fué. Gracias que pueda sacar de mi mismo la resignación, ó sea la cola con que me voy pegando, y uniendo mis pro- pios fragmentos. Luego que el vaso esté bien sujeto con lañaduras, recogeré, si puedo, las varias esencias del alma que salieron volan-