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B. PÉREZ GALDÓS

me evitarías el decirte por escrito lo que con más prontitud y claridad se dice de palabra.

Por de pronto, sabrás que recibí los libros: desde que á mis manos llegaron, he vivido en ellos, ya reanudando antiguas amistades, , ya entablándolas nuevas. Grandes y leales amigos son los libros, ¿verdad, mi caro cape- Nán? Gracias a ellos, ningún vacío de nues- tra existencia deja de amenguarse un poco. Leemos, y lentamente caen sobre nuestra alma gotitas de un bálsamo consolador. Lo que siento infinito es que no encontraras las Voces interiores del gran Hugo, que anhelo conocer, y ojalá suenen tanto que apaguen la vibración de las mías. Confio en que Boix no dejará de pedir y enviarme ese libro, y lo espero porque sé que no falta en Madrid quien le apremie para complacerme. Gracias mil á todos.

Mi drama ya no es drama: la última es- cena conocida se me presenta en forma de leyenda de un color harto lúgubre, sobria en sus líneas, altamente patética. Como todas las leyendas que ha puesto en circulación el romanticismo, reviste forma enigmática, ó así me lo parece á mí, sin duda porque no conozco más que un fragmento de ella. Ve- rás: una mujer desconocida, de misero as- pecto, aparece en La Guardia portadora de un mensaje para cierto caballero residente à la sazón en Villarcayo. No encontran- do al caballero en ese pueblo donde tú es- tás, dirígese á éste donde estoy yo; pero al llegar á Miranda muere... En las leyen- f