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B. PÉREZ GALDÓS

tan fecunda en galanos amigos y en frutos regalados? Aquí quiero pasar mis días, entre la sencillez amable de los hombres y las amo- rosas caricias de la prolífica tierra. Aunque te enfades, prorrumpo en versos clásicos:

¡Oh tú, del Arlas vagoroso, humilde orilla, rica de la mies de Ceres, de pámpanos y olivos! Verde prado que pasta mudo el ganadillo errante, áspero monte, opaca selva y fría...

En esta región de delicias he visto al fin la deidad que en ella preside las funciones- de la Naturaleza, la que á todo imprime her- mosura y majestad con su divina presencia, la escogida entre las escogidas; y de tal mo- do me prendaron su gracia y su nobleza, que á no hallarme imposibilitado por mis votos, de que son emblema las negras ropas que visto, entre el primer saludo que le dirigi y una respetuosa declaración de amor, habrían mediado pocos alientos. ¡Pues si yo fuera se- glar y joven, cualquiera me quitaba á mí esa sin par hembra!... Nada quiero decirte de su discreción, que conoces mejor que na- die. Sabrás que hablamos largamente de om- | ni re scibile, quedándome pasmado de la so- lidez de su juicio y de su dulce serenidad. En fin, amado discípulo, que aquí me tienes enamorado (no retiro la palabra), enamora- do de ese portento, y alabando al Supremo Artifice por esta nueva maravilla que ha puesto ante mis ojos... Aquí me venía bien 1