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B. PÉREZ GALDÓS

y racioneros que han tenido la dignación de asistir á las honras. La víspera del ceremo- nial no pude sentarme en diez horas segui- das, y á mi servidumbre tuve que agregar tres mujeres de las más amañadas del pue- blo. Ello había de ser de lo más opíparo, con- forme al lustre y nombre de la casa, y más valía pecar por carta de más que por carta de menos. Ayer, al salir el ya llevaban mis pobres huesos hora y media de trajín, y la función religiosa no pude gozarla entera, pues antes de que sonaran los piporrazos finales, tuve que venirme á casa con mi gen- te á dar los últimos toques à la mesa, pues- ta con la friolera de veintiséis cubiertos. Na- da te digo de la mantelería, pues ya sabes que ésta es mi pasión, y que gracias a Dios poseo y conservo piezas que no tienen que en- vidiar á las del palacio de un rey. De plata repujada, ostenté lo que Rodrigo y yo hemos ogrado salvar de los derroches del pobrecito D. Gastón, á quien Dios perdone. Conserva- mos algunas piezas del riquísimo tesoro de la casa de Urdaneta, y todo lo mío, que no es poco. Grandes apuros pasé para presentar comida digna de tales personajes, y me ví y me deseé para reunir diez y siete pavos, ad- quiriendo todo lo que en estos contornos ha- bia. Pollos tuve bastantes con los de casa, pues de las echaduras del año pasado guar- daba más de cincuenta; liebres y palomas en- cargué á Veruela, y de Borja me trajeron las riquísimas truchas. De bizcochadas y dulce- ría no me ha faltado lo mejor que hacen es-