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B. PÉREZ GALDÓS

de Cortina, como la de Narváez, como la de Salamanca y otros, también para esta no- che, es absolutamente ajena á toda idea dra- mática.

Se me había olvidado decirte que no me fio de los cariños de Juana Teresa. Su agu- deza corre parejas con su maldad. Esto no es suspicacia: es experiencia. En la historia de estas dos medias hermanas, todos los i capítulos que empiezan con sus carantoñas acabau con mis rabietas. Si no estuviese yo decidida plenamente al abandono de toda ficción, sus sospechas me harían temblar. Pero ya no temo nada. El paso de mentirosa á verdadera me ha de costar algunas amar- guras; pero una vez en terreno firme, ¿qué me importa lo que Doña Urraca piense, ave- rigüe y conozca? Me compensará de mis pa- sados berrinches el placer de birlarle la niña de Castro... Y á propósito: nada sé del señor Hillo. Espero con afán su primera carta.

Miércoles. Mis temores respecto á la in- vitación de Cortina resultan infundados. Bien decía yo que soy harto maliciosa; pero por más que me reprendo este defectillo, no hay forma de corregirme. La comida agradabi- lisima, con pocos, pero buenos comensales. A Narváez le conoce tu marido; de Sala- manca, que ahora principia á figurar, no.te- néis noticias. Es un granadino muy despier- to, de gallarda figura y finísimo trato, y en la amenidad de la conversación se lleva el pri- mer premio entre todos los que conozco. Des- punta en la política, y más aún en los ne-