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B. PÉREZ GALDÓS

casa una mujer preguntando por ti. Sali yo á la puerta y puse en su conocimiento que no estabas aquí, sino en Villarcayo. Te daré las señas á ver si sacas por ellas quién pue- de ser la que te buscaba. Era de buena es- tatura, delgadita, bien echa de cuerpo. Ve- nía mal trajeada, descalza, rendida de can- sancio, sucia y cubierta de polvo. Tenía la piel de la cara desollada, del sol caliente y del aire frío, y por esto y por el polvo no pudimos saber si era bonita ó fea. Si e de decirte la verdad, me pareció gitana. La Ro- senda y yo le icimos preguntas, y no con- testó más sino que tenía que entregarte una carta; dijele que me la diera y yo te la man- daría, y no quiso la muy perra. Tomó el pan y unos cuartos que le dí, y se bajó al cami- no. Desde mi ventana vi que se le unían dos ombres de mala traza, también algo agita- nados, y despacito se alejaron y se perdie- ron de vista.

Cuando Demetria se enteró de esto, man- dó á Bernardo en seguimiento de la cuadri- lla; mas no pudo dar con ella asta un día después, en La Bastida, donde vió á los om- bres, pero no á la mujer. Esta, según los tales le contaron, abia ca do mala de una fuertisima pataleta, motivada de cansancio y penas. Dijeronle tambien que ellos no la conocían, ni sabían su nombre; que encon- trándose en el camino, abían andado juntos algunos días. Averiguó después Bernardo en el parador que la mujer, enferma de grave- dad, abía sido recogida por unos vecinos