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B. PÉREZ GALDÓS

Y no es ésta la única conquista que he realizado en estos dias de prueba. Ya sé lo que es calor de familia; en mi anidaron y criaron sentimientos dulcísimos que ya lle- varé conmigo en lo que de vida me reste; me va muy bien con ellos: me espanta ia sole- dad en que yo quedaria si estos sentimien- tos me faltasen, y me compadezco de mí, acordándome del tiempo en que no los cono. cía. Tengo que razonar para convencerme de que no es mi hermano el pobre niño que hemos salvado de la muerte; sus padres no sé qué son míos: sólo afirmo que les quiero y que me quieren. En los días de ansiedad y de lucha con la muerte, respirábamos los tres con un solo aliento; ellos me daban su temor; yo les daba mi esperanza.

La mañana feliz en que consideramos sal- vado á Federico, Valvanera selló nuestro es- piritual parentesco con una confianza subli- me. Incapaz de contener su efusión mater- nal, me llamó á su cuarto, y en presencia de Juan Antonio e descifró el enigma de mi vida. Ya sabía yo que ella y mi madre son amigas íntimas, que desde la infancia se adoran. Ahora sé el nombre que ignora- ba, la condición social y otras particula- ridades de mi nacimiento y de mi niñez... El desgarrón del velo que envolvía mi origen me hizo caer en un estupor parecido al idio- tismo: he pasado un día sin darme cuenta de cosa alguna, mirando con embargada aten- ción la fórmula resolutiva de mi problema, y los nuevos problemas que de aquella solu-