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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

rior á los yerros del primer noble de Aragón. Purificado por su martirio, Dios le habrá acogido en su santo seno. Era D. Beltrán quisquilloso y díscolo, y además el primer manirroto que se ha conocido desde Monca- yo al Pirineo; mas no se le podían echar en cara bajas acciones. Teníamos nuestras di- sidencias, eso sí, por ser mi carácter total- mente distinto del suyo; reñíamos con más acritud que saña por la cosa más ligera; mas nuestras reyertas no tenían hiel: eran como un bromear algo vivo, y nada más. El me llamaba á mí Doña Urraca, zahiriendo con este nombre mis hábitos de arreglo; yo le llamaba á él Don Gastón... Pues me pesa, sí, pésame haberle dado este mote, que ex- presa nobleza y vicio de prodigalidad. ¡Pobre señor, pobre viejo... y cómo se acordaría de la paz y el regalo de su casa; como nos echaría de menos, en el desamparo, en las agonías de aquella muerte inicua! ¡Que mis lágrimas le hayan suavizado el camino para subir hasta la Bienaventuranza eterna; que Dios haya tenido en cuenta sus cualidades generosas, su hidalguía y demás prendas de caballero!

Pasados los primeros instantes de nuestro duelo angustioso, determinó Rodrigo que las exequias fueran solemnísimas y de nunca vista suntuosidad, como á tan esclarecido difunto correspondía. Ayudados por nuestro buen amigo y capellán el párroco de esta vi- lla, que deploraba no tener á su disposición todo el golpe de clerecía que para el caso era