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B. PÉREZ GALDÓS

ella contestó casi á vuelta de correo. A la vista tengo su carta, que es una monadita de humildad y discreción. Se cree indigna de honor tan grande... su negativa no fue desprecio, etcétera... ni desconocimiento de las cualidades, etcétera... fué que en aquellos días sentía vocación de soltera, etcétera. Si el si de las niñas tiene mucho que estudiar, no son menos intrincados y misteriosos los noes de estas muchachas trabajadorcitas y que no quieren ser marquesas... El tono de la carta revela que aquellas ganitas de con- sagrarse á vestir imágenes pasaron ya: eran sin duda uno de tantos trastornos ocasiona- dos por el cambio de edad, por el despertar de la imaginación, de los nervios, etcètera... en fin, tonterias, y algo del no quiero, no quiero, échamelo en el sombrero. Dice la niña que le demos un par de meses para determi- narse... Esto es para no aparecer que lo desea con vehemencia, ó una manera garbosa de volver sobre su acuerdo. Tantos melindres y gazmoñerías no tienen otro objeto que dar más valor á la aceptación. Yo traduzco la carta al lenguaje de la sinceridad, y leo así: «Señor Marqués, estoy rabiando por casar- me con usted... pero quiero darme todavía otro poquito de tono, y pongo la boca chi- quita y arqueo las cejas para expresar la vergüenza que siento cuando me hablan de boda.»>

De veras te agradezco el interés que mues- tras por mí en este asunto; mas esto no me quita los agravios que de tí tengo, causa de