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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

Martes. Nada ocurre hoy digno de con- tarse, como no sea que el drama no ha pare- cido. Por si viene, me dispongo á esperarle detrás de la puerta, pertrechada con el palo de una escoba. Si ahora resultara que no hay tal drama, que el que nos asusta es pura in- vención ó engaño del corresponsal bilbaino, éste merecería el escobazo por ponernos en tal zozobra. No afirmaré que sea inverosímil: los buenos dramas tampoco lo son; pero algo hay en este que me parece extraño a la rea- fidag. La dichosa carta de Uhagón me hue- te verso. Con todo, no nos fiemos mucho, engañadas por la atmósfera desabrida de la vida corriente. En ésta, cuando menos se piensa, salimos todos hablando en verso sin saberlo, y á lo mejor suceden cosas que con- vierten en cuentos de niños las invenciones novelescas y teatrales. No estoy tranquila, no, y á cada ruido extraño que siento fuera de la casa tiemblo y me digo: «Es el drama, que llega.»

Se me había olvidado decirte que la carta de ese Miguel de los Santos no engañó á nuestro caballero, pues antes de llegar á la mitad de la lectura reconoció por tuyo el salado escrito. Lo ha leído veinte veces, ce- lebrando tu ingenio; el legítimo orgullo se le sale por los ojos en llamaradas. Me ha di- cho que ese Miguel es un talento perezoso, y un corazón de amigo como pocos se en- cuentran, y se pasma de que te hayas asi- milado tan graciosamente su original soca- rronería en el pensar y en el escribir. Espe-