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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

ticia, superior á todas las justicias de nues- tras leyes divinas y humanas; la idea de castigar una traición, y de restablecer las cosas en el estado anterior á la intriga villa- na, Y aquí nos tienes, mi amada Pilar, en pleno drama ónovela. Pocas novelas he lei- da ya desde que me casé; pero por lo que re cuerdo de libros y teatros, en tales asuntos, inventados y compuestos con arte, domina la idea de justicía caballeresca, y de tal modo subyugan á los lectores y espectado- res, que éstos enloquecen de entusiasmo cuando ven atropellada la ley y aun la mis- ma religión. Los desafios, los raptos de mon- jas, la burla de padres ó esposos, son admi- tidos con aplauso, sobre todo si el galán que tales atrocidades acomete es atrevido, inso- lente, y guapo por añadidura.

Discutía yo con Fernando sobre estas ma- terias, y no quiero decirte que con su in- genio y gracia me arrollaba lindamente. Yo, al fin, no sabía por dónde salir. Nuestro asunto, pues, toma ya el carácter de obra dramática ó novelesca, y ó mucho me enga- ño, ó se trae un chisporroteo romántico que pone los pelos de punta. ¿Qué me dices á es- to? La dama escapadita de la casa conyugal, los burladores burlados, el galán con ga- nas de salir al encuentro de la dama y am- pararla contra los viles que la engañaron, el traidor acechando en las tinieblas y prepa- rando alguna nueva trapisonda... No, queri- ne te te esto veas cuán malo es el romanticismo. Inmenso ser-