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B. PÉREZ GALDÓS

terés palpitante: nos manifiestan sentimien- tos efectivos de las personas á que se refie- ren, estados de las almas... y debemos me- ditar sobre ellos.

Naturalmente, traté de arrojar la mayor cantidad posible de agua fría sobre la ho- guera que el pobre chico llevaba en sí; pero bien comprenderás que no me habrá sido fá- cil apagarla. A las razones que le dí enca- reciendo el desprecio y olvido, me respondió con otras que, expresadas por él, eran de una elocuencia y fuerza incontestables, por supuesto, echando siempre por delante el honor; y cuando los hombres sacan este Cristo, nos quedamos las pobres mujeres muy desguarnecidas de razones. En efecto: si ahora resulta que esa hembra loca, des- pués de dejarse secuestrar tan torpemente, rompe con su nueva familia, atropella toda conveniencia, y se lanza decidida en busca del hombre á quien había jurado fe, para que éste la ampare, deshaciendo la odiosa trama de su forzado casamiento, pueden sobreve- nir incidentes de la mayor gravedad. Yo in- sistí en que no hiciera caso, y que pues el matrimonio religioso era efectivo, no proce- día ninguna clase de acción protectora en favor de la infeliz Aura. Pero no he podido convencerle. Sobre todas las leyes sociales y religiosas está la caballería. Un hombre, un galán, un caballero no puede desampa- rar en trance aflictivo á la que fué su dama, aun teniéndola por culpable. La caballería, tal como Fernando la ve, es la suprema jus- 1