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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

como me admira; tus juicios tan pronto son acertadísimos como desatinados. Da gracias á Dios por tenerme á mí de reguladora de 1 tu carácter en este negocio, pues si yo no moderara tus arrebatos y te alentara en tus decaimientos, no sé lo que pasaría. Lo mis- mo piensa Juan Antonio, à quien leo mis cartas y las tuyas. Recordarás que esto fué lo convenido por nosotras, pues no quiero po seer secretos que no conozca mi marido, ni traer entre manos enredillos cuyo principal hilo no esté en las de él. Se interesa por el buen giro de tu asunto tanto como yo, y sus consejos y observaciones son la luz que en estos laberintos me guía. Y basta de preám- bulos, que tenemos mucho que hablar.

Disparatada me parece, como chispazo de las hogueras de tu romanticismo, la idea de que la niña de Castro pueda tener otro no- vio, otro amor. La existencia de un descono- cido, cuarto factor, es un supuesto absurdo. Según mis noticias, corroboradas por las que hace pocos días dieron á Juan Antonio per- sonas de gran crédito, Demetria viene á ser como un santito puesto en el altar del respeto y estimación que le tributan sus convecinos, y ni con palabra ni mirada se digna respon- der á ninguna manifestación amorosa, ven- ga de quien viniere. Desecha esa supersti- ción, pues no merece otro nombre. No hay más figuras sobre el tablero, no hay más factores que los tres que conocemos.

Y allá va otro hecho notable que no debes ignorar. Demetria renuncia al mayorazgo,