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B. PÉREZ GALDÓS

negra, calada la visera, entrar en el pala- cio, castillo, ó lo que sea... ¿Pues y la dama, aquella Doña Elvira? ¡Qué simpática...! ¿Y el tunante del Marqués de Villena...? Todo es precioso. También me an dejado leer la Atala, que es muy triste, y la Serafina, que ace llorar á las piedras. A Demetria, que tie- ne licencia del tío para leer todo, le an traí- do una obra que se llama Nuestra Señora de Paris, que dicen es la más romántica de to- das cuantas se an escrite. Del autor no me acuerdo: es D. Victor de no sé qué. Las de Crispijana dicen que es el acabóse de lo bo- nito, y que vuelve locos á los que la leen, de tanto romanticismo y tanto amor estre- pitoso. Una tarde pude quitársela mi er- mana, y lei un poquitin, que me enamoró. Es una muchacha bonita que tenía una ca- bra, á la que abía enseñado á leer. Por las láminas e visto que el más enamorado que allí pone el autor es un corcovilla que toca las campanas de la iglesia mayor de París. El tío me a prometido darme Los Mártires, que dice son cosa bonita y muy de religion, y los versos de Quintana, que serán muy bue- nos, pero á mí me aburren, porque no lo en- tiendo. Yo quiero relaciones de galanes y da- mas, amores con lances muchos, y trapison- das y contratiempos, que acaban en casarse, pues cuando se matan ó no les casan me en- tristezco tanto, que lloro como si los ubiera conocido y fuesen de mi familia. Que aya mucho interés y sorpresas, me gusta; que se pase miedo y zozobra, siempre que al fin se