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B. PÉREZ GALDÓS

que el arrope de Villarcayo es excelente y muy azucarado, el mostillo que de él se sa- que no será inferior al de mi tierra. Mi madre ponía el arrope á cocer en un gran perol, å fuego lento, echando en él nueces peladas y cortezas de naranja y limón. Después de bien hervido lo apartaba del fuego, y enton- ces empezaba la operación más delicada, consistente en echarle harina, dando vuelta al caldo con cuchara de madera, sin cesar, y de la cantidad de polvo que se echara de- pendía el poco ó mucho cuerpo del mostillo, y su mayor ó menor mérito. Tenía mi ma- dre para esto tan buena mano, que rara vez le salía mal, y cuando no quedaba á su gus- to por demasiado espeso y pegajoso, ó por muy fluido y clarucho, lo desechaba, ha- ciéndolo de nuevo, sin acordarse más de la inutilidad de su tarea ni lamentarse de ello. Su sistema era empezar de nuevo lo que una vez salía mal, sin tratar de enmendarlo. Y tenía razón, porque las equivocaciones rara vez pueden corregirse, y lo mejor es apro- vecharlas como enseñanza... y á otra. El punto del buen mostillo es como el de nati- llas claras, ni más ni menos. Luego se pone en orzas vidriadas, fíjense en que han de ser vidriadas por dentro, y se tapa con un per- gamino bien sujeto á la boca para que la ce- rradura sea perfecta. Y ya no falta más que comerlo. Yo estoy preparando una tarea, de la cual mandaré á la señora de Maltrana unas orcitas, si me sale bien, lo cual es du- doso, porque con tantos cuidados voy per-