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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

XVII

De la misma á la misma.

Abril.

Ya sé, ya sé, picarona, el mote que vas á ponerme. Vas á llamarme la Tostada. Pero no me ofendo, y casi, casi me gusta el apodo, porque me estimula ás al horroroso gasto de tinta, y á marearte con mis largas escri- turas. Lo que siento es distraerte de tus ocu- paciones todo el tiempo que exige la tarea de leerme. Pero lo llevarás con paciencia, ¿verdad? Y que no puedo ser concisa. Tras de una idea se me ocurre oftra, y cuando quiero recordar, ya tengo bien llenitos de ga- rabatos cuatro pliegos de papel.

Tienes razón en decir que soy una pura pólvora, y que la impaciencia me pierde. Por mi gusto, cosa pensada, cosa realizada. No puedes figurarte el cariño que le he to- mado á esa mayorazga de Castro-Amézaga desde que me contaste sus extraordinarios y nunca vistos méritos. ¿Y tal joya no será para mí, para mi Fernando? ¡Ay, si Dios me concediese esto, daría por bien empleados todos los martirios de mi vida!... No pienso más que en Demetria, la estoy viendo, ha- blo con ella. ¡Qué hermosura y qué talen- to, qué aplomo y dominio de sí misma! No