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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

cruz ha perdido algo de su enorme peso, ello es que la llevo mejor, y aun me siento me- nos medrosa de que mi secreto se descubra. El tiempo también fortifica, y la próxima vejez parece que derrama tesoros de indul- gencia, y que protege las grandes reconci- liaciones. ¿No crees tú lo mismo? Si, sí: mi temor de la luz va disminuyendo, me creo capaz de afrontar las responsabilidades que antes me aterraban, de dar un salto decisi- vo. ¿Qué te parece? Anímame, amiga del al- ma; dime que sí, que sí...

En el tiempo éste que nos ha hecho la gracia de tenernos separadas, no he visto de- crecer la pasión de Felipe por el coleccionis- mo de armas y de hierros viejos. Sería el primer caballero del mundo si ello dependie- ra de la adoración y conocimiento de los sig- nos de caballería. Otro que más entienda de espadas y que mejor clasifique las de cada siglo, y las de Milán ó Toledo, no lo hallarás. En lo que ha decaído es en la esgrima, pues con los años su destreza va quedando redu- cida al compás, y gracias. Aún se recrea en su sala de armas tirando un rato con los amigos, y aún vienen en busca de sus lec- ciones espadachines muy afamados. Tam- bién acuden á casa los que se ven en el tran. ce de aceptar ó promover un duelo, porque la primera autoridad de Madrid en lances de honor y en sus complejas y delicadas re- glas, es mi marido. Todos respetan y siguen ciegamente su opinión, y el hombre está en sus glorias ejerciendo de definidor y pontifi-