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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

binaciones más sutiles, me he batido á la defensiva, en la sombra, con una habilidad de que no puedes tener idea. Y he triunfado, al menos hasta hoy. En medio de mis gran- des amarguras, tengo la satisfacción de que Felipe no lo sabe. Viéndole á mi lado en efi- gie, en espíritu siempre lejos, le digo con el pensamiento: «No lo sabes, no te doy el gus- to de que tengas razón contra mí. Porque eso es lo que tú quieres, tener razón contra tu mujer, y eso no lo tendrás. Soy aragonesa.»

En este período, Valvanera mía, ha sido mi unico consuelo a lectura y el trato de personas inteligentes, la lectura sobre todo. Mi marido dió en llamarme romántica; es su manera personalísima de repudiar lo que se sale de lo vulgar y corriente. Yo acepto el mote, si romántico quiere decir revolucio- nario, porque... no te asustes... te advierto que yo lo soy.. Me siento un poco masónica, quiero decir que prefiero los males de la li- bertad á los del orden... Esto es una broma, querida; no hagas caso.

Motivo de burla y chacota son para Feli- pe mis aficiones á la lectura, que en los úl- timos seis años han sido un verdadero vicio. Ya sabes que su inteligencia es muy limi- tada: lo que yo arrojo de mi mente (perdo- na la inmodestia) como hojarasca inútil, ya lo quisiera él para los días de fiesta. Es de esos que llevan dentro del cerebro una bara- jita de ideas, adquiridas y coleccionadas en el trato de los hombres más vulgares, por- que de los eminentes, haya miedo que se le