Página:La estafeta romántica (1899).djvu/128

Esta página no ha sido corregida
124
B. PÉREZ GALDÓS

en la herradura y ninguno en el clavo. Era ciego: no veia la verdad) corría disparado tras multitud de mentiras.

Amainé, como te he dicho, en mi coque- tismo; tuve que recogerme y entrar en mí. La edad hizo lo demás: me aproximaba yo á los cuarenta años, aunque... ya me viste... los llevaba muy bien. Después, querida Val- vanera, desde la última vez que te vi, he dado un bajón tremendo. Ya no me conoce- rías... Pues verás: reflexioné, me dí á pensar en que si mi existencia había sido hasta alli frustrada, podía ya no serlo en lo sucesivo. Dios quizás me deparaba una segunda exis- tencia. Había encontrado mi órbita, la ver- dadera, la única, y en ella podía correr á mis anchas sin desviarme. Pero ¡ay de mil que para seguir mi órbita me estorbaba enormemente Felipe... aquel Felipe conti- nuo, pegado á mí como mi sombra, y de quien no podía en modo alguno desprender- me. Y para mayor desdicha, era cada día más fastidioso y fiscalizador más imperti- nente. ¿De qué me valía tener órbita, amiga de mi alma? Comprende mi padecer, mis es- tudios maliciosos, que algo tenían de la di- plomacia, algo del arte de los prestidigita- dores, para que mi tirano no penetrara en aquel vedado terreno donde yo quería vivir sola, y si no sola, sin él. ¡Qué martirio! En esta campaña, que precisamente coincide con la época en que tú y yo no nos hemos visto, he desplegado las dotes de astucia más extraordinarias, he inventado las com-