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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

celoso, trapacero y mortificante de Felipe. No tardamos en llegar á una situación de continua suspicacia, de celos y reconvencio- nes enojosas, de desconfianzas recíprocas. El fué siempre duro, altanero, fiscalizador de las acciones más inocentes. Sin quererlo, cultivé en él otras cualidades muy malas: la grosería, la falta de delicadeza. Gustaba yo de atormentarle, y él á mí lo mismo: llega- mos á tener discordias muy agrias por cual- quier tontería, extremando nuestra desave- nencia en las cuestiones de intereses. Quiso reducir mis gastos; yo me opuse á sus de- rroches de coleccionista. Nos hacíamos una guerra implacable. Hasta en política disen- tíamos, pues yo, sólo por llevarle la contra- ria, alardeaba de patriotería liberalesca y hasta de jacobinismo. Empezaron las pro- hibiciones por parte de él, las rebeldías por mi parte. Ya ni asomos de concordia había los dos, pues hasta en las comidas fue. ron nuestros gustos diferentes. Sus sospe- chas le llevaban á indagaciones indecorosas para mí. Espiaba mis pasos; vigilaba todas mis acciones; intervenía mis cartas; veía fantasmas en torno mío; mi gusto excesivo de los placeres sociales, mi cháchara, mis alardes de libertad, le irritaban más, y ya no fué sólo grosero, sino brutal, y el más fas- tidioso tirano que imaginarse puede... Ea, querida mía, que viendo la cosa mal para- da, hube de recoger vela. Capaz era Felipe de un desatino, y yo también. ¡Figúrate si "descubre...! Pero no, daba todos sus golpes