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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

mino que la incomunicación que antes te dije, levantando un muro muy alto entre Fernando y Felipe.

Y ahora necesito referirte otras cosas, y hacer comentarios tan sinceros como dolo- rosos de mi carácter y del de Felipe, para que comprendas cuánto me ha costado le- vantar ese muro, y la vida de ansiedades que he llevado y llevo para impedir que se me derrumbe y nos aplaste á todos. Concé- deme otro poquito de atención.

A la falta mía, desconocida de todo el mundo (con tres excepciones no más), falta efectiva y real que yo reconozco y confieso á quien me da la gana, siguen otras, las fal- tas supuestas, fantásticas y mentirosas que la malicia me atribuye. Por la verdad nadie me acusa, por la mentira me denigran. Bien comprenderás que á ti no te oculto nada, que hablo contigo como con Dios. Pues yo te juro que cuantos milagros me cuelga la fama son absolutamente apócrifos. Años há que te lo he dicho; pero podrías creer que en el tiempo transcurrido desde que no nos ve- mos he hecho algún milagro. No, amiga querida: ni antes, ni después, ni nunca. Ten la firme convicción de mi inocencia en to- do ese tiempo, que bien puedo llamar perio- do fabuloso. Harás quizás la observación de que la fama persistente, aunque se equivo- que, no siempre es injusta, y á eso contesto i que alguna explicación debo dar á la cons- tancia de las lenguas en hablar de mí con engaño y error. Puesta á declarar en el ban-