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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

perdón; tú me compadecías y procurabas consolarme; yo me declaraba perdida para siempre en el terreno matrimonial. Me acon. sejaste el silencio absoluto, el arrepenti- miento y propósito de enmienda ante Dios, y que procurara echar un velo... Esto del ve- lo no se me olvida... Bueno: pues aquí tienes mi falta muy bien tapada y en condiciones de no ser por nadie descubierta. No me cos- tó poco trabajo; pero ello es que consegui lo que me proponía... Pasa el tiempo, y con- tinuamos Felipe y yo desavenidos, inar- monizados, como dos notas discordantes que desgarran el oído cuando suenan juntas. Dios no quiere poner ningún remedio al des ajuste de nuestras almas: no nos da hijos. El es él y yo soy yo, sin que en ningún mo- mento nos encontremos en perfecta unión. Mis esfuerzos por sonar acordes son cada día más infructuosos. Carece él de inteligencia, yo la tengo de sobra; pero ni puedo darle á él, de lo mío, lo que le falta, ni él sabe apo- derarse del fuego sagrado. Pasa más tiempo, querida Valvanera, y seguimos lo mismo, quiero decir peor, pues el tiempo parece que se complace en desafinar más á Felipe siem- pre que se empeña en sonar junto á mí. No nos entendemos: soy para él un libro en len- gua chinesca; él es para mí un libro en blan- co. No me dice nada.

Bueno: pues en esta situación me acuerdo de mi falta; cada día pienso más en las con- secuencias de ella. Allá, donde Dios quiso, dejé un sér muy envueltito en ropas blan-