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B. PÉREZ GALDÓS


D. Fernando, con no poca prisa, acompañan- do á las tropas vencedoras de la facción, y la primera noticia que tuvo de su idolo fué que el día anterior se había casado con un primo, miliciano nacional y comerciante de quin- calla. ¿Qué te parece? No sé si al caer el te- lón, después de este final, cogió á D. Fer- nando dentro ó fuera del escenario. Creo que se quedó fuera, y ya me figuro su desairada y ridícula situación. ¡Vaya con la niña! Yo te aseguro que él no merece tan feo desaire, pues no hay otro más caballero y delicado. Por juicioso no le tengo; es de estos que con tanta lectura y la facilidad para discu- rrir, se llenan la cabeza de viento, y piensan y obran á la romántica, según ahora se dice. Pero con todo, no merecía ser plantado en for- ma tan villana... Y ahora pensaras tú, como yo al enterarme de las calabazas de nuestro amigo, que el rechazo de este golpe ha de sernos desfavorable, porque, naturalmente, desairado el hombre y sin novia, libre ya de su compromiso, buscará en La Guardia el re- medio de su tristeza y la sustitución de aquel amor perdido. Piensas eso y lo temes, ¿verdad? Yo también lo temí; pero recordan- do el carácter de D. Fernando se me ha qui- tado esta zozobra. Tanto José María como yo creemos que no es hombre el Sr. de Calpena que da fácilmente su brazo á torcer. No es pretendiente de oficio ni buscador de dotes, ni de éstos que presentan ante una mujer como Demetria la cara enrojecida por el bo- fetón de otra mujer. No; el desairado aman-