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B. PÉREZ GALDÓS

si aún faltaba algo por perdonar, ella se en- cargaría de obtener en el cielo la total ab- solución... Sí, sí, es preciso que le leas ésta: quiero que sepa que se ha muerto Justina; que Justina le amaba, que Justina es para mí una pérdida irreparable... Ayer ha sido el entierro; mañana iré al camposanto á lle- varle las flores más bonitas que pueda pro- curarme. Le gustaban tanto como á mí, y siempre que salía traíame las mejores que encontraba. Ahora todas me parecen indig- nas de ella. Las de mi corazón, que son las más bellas, no se ven, y en estos homenajes ¡ay! no nos satisfacemos sino con lo que en- tra por los ojos. ¡Dios mío, qué sola estoy!... ¡Pero qué sola! Lo dicho: léele esta carta, ó dásela para que se entere, y dime el efecto que le causa.

No está de más que en ésta repita mis ex- hortaciones para la custodia del bien que he puesto en tus manos. Ordeno y mando que el prisionero renuncie por ahora incondi- cionalmente al uso de su voluntad, sometién- dose á la tuya, que por delegación es la mía. Te transmito toda mi alma, me encarno en tí. Ya le devolveré al señorito su voluntad, cuando yo entienda que está en disposición de usar de ella dignamente. Toda cautela me parece poca mientras dure el horrendo trastorno de una ilusión arrancada de cuajo. Yo sé lo que es eso. Que no tome resolución lguna, ni aun aquéllas que parecen más insignificantes, sin previa consulta contigo, que eres migo. Que no se aleje de tu casa, á