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B. PÉREZ GALDÓS

muerto hace dos días Justina, mi criada de toda la vida, la que me ha servido con in- creíble abnegación, cariño y fidelidad desde que me casé, desde antes, pues ya la cono- ciste sirviendo á mi madre, que no podía pa- sarse sin ella. Lo mismo me ocurre á mí: el vacío de Justina es horrible; no era ya mi criada, sino algo que no puedo expresar con las palabras amiga y hermana: era la con- fidente de todos mis secretos, así de los que amargan como de los que endulzan mis horas; no puedo acostumbrarme á vivir sin ella, pues era como parte de mi pensamien- to; había llegado á pensar por mí; su volun- tad era parte de la mía, parte cada día ma- yor, llegando á suplirmela por entero. Ulti- mamente casi me gobernaba; su criterio fué siempre justo, sus determinaciones, acerta- das. ¡Pobre mujer, cuánto me amó! Era tal su adhesión á mí, que mil veces habría per- dido la vida por evitarme un disgusto. Con- sagrada en cuerpo y alma á mi servicio in mediato, el más íntimo, el más familiar, creo que hasta parte de mi conciencia estaba en ella, y al perderla siento que se me va tam. bién allá lo mejor de mí. Por no abandonar- me rechazó proposiciones de boda; ha muer- to soltera, con seis años más que yo; expiró consagrándome sus últimos pensamientos. ¡Qué ejemplo de abnegación, de sacrificio! ¡Y luego dicen que ya no hay santas! Voy entendiendo que Justina lo era.

Desde que cayó enferma no me separé de su lado. Ni por mi madre habría hecho más