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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

posee todavía el seguro discernimiento de su hermana. ¿Pero qué he de decir yo sobre esto que usted no sepa, mi bondadoso y respeta- ble Navarridas, maestro y capellán de esas nobles criaturas?

Concluyo, amigo mío, con un encargo que mi castellana se permite hacer á Demetria, por conducto mío. Venimos á ser usted y yo no más que dos torres telegráficas por donde el pensamiento de Valvanera se transmite á la incomparable gobernadora de los esta- dos de Castro. Ponga usted atención, to- me nota de las señales que enarbolo, y llé- nese de paciencia, porque ahora sale mi se- ñora con que no es un encargo, sino dos, y quizás tres. Allá van: sabedora Valvanera de que en La Guardia se cosechan los mejo- res tirabeques de la Rioja alavesa, y quizás del mundo, desea que Demetria le suminis- tre la semilla suficiente para sembrar, en la huerta de esta casa, un ablero como de ocho varas de largo por dos de ancho. Los tirabeques que aquí conocemos son estre- chos, según dice, mal granados y con hebra excesiva y gruesa: desea de los grandes, torcidos á lo cuerno de carnero, jugosos y mantecosos, como los que le mandaron de regalo las de Alava, allá en la ominosa de- cada, si no recuerda mal. ¿Se ha enterado usted bien, Sr. D. José María? Mire que si se equivoca no me echen luego la culpa á mí, pobre vigía de esta torre primera... Adelan- te. ¡Ah! dice Valvanera que, si puede ser, disponga el envío lo más pronto posible, para