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B. PÉREZ GALDÓS

Sin duda su alma, ambiciosa de perfeccio- nes, ha querido añadir á sus coronas la de esa generosidad hermosísima. No digo á us- ted que la felicite en nuestro nombre, por- que quizás al echar el incensario á su mag- nanimidad daríamos, sin quererlo, un golpe á su modestia. Persistan usted y su herma- na en su buen propósito, y al fin la voluntad de Dios y la de la sin par Demetria apare- cerán en perfecta armonía.

En efecto: el Sr. D. Pedro Hillo, cuya vi- sita le anuncian de Madrid, es mi amigo más amado, y el discreto corresponsal de cuyos relatos interesantes dí á usted conoci- miento; persona por diversos títulos digna de su estimación y de los agasajos que le prepara, pues une á su saber de cosas sa- gradas y profanas, el trato amenísimo y la gravedad del carácter.

No me parece mal que las niñas consa- gren á la lectura sus ratos de ocio, que en esa vida laboriosa no pueden ser muchos. Demetria no necesita andadores para correr con paso firme por los altibajos de toda la literatura habida y por haber, pues su cri- terio superior le permite discernir claramen- te lo bueno de lo malo y lo sano de lo enfer- mo. Déjela usted, que ya sabe ella por dón- de anda, y ni la Nueva Eloisa, ni el Joven Werther, ni los fogosos atrevimientos del modernísimo Víctor Hugo, si éste ha llegado á La Guardia, turbarán su espíritu reposa- do. A Gracia sí conviene atarla un poquito corto en sus tareas de lectura, porque no. '