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B. PÉREZ GALDÓS

á los dos viejos no deja de visitarnos la tris- teza, ni hallamos fácil consuelo al término desairado de aquellos planes que eran nues- tra ilusión. Las niñas están que da gozo ver- las, sanas y alegres, como si nada hubiera pasado; Demetria, inalterable en sus hábitos de mayorazga y gobernadora de hacienda; Gracia, juguetona y risueña los más de los días, los menos caída y quejumbrosa.

No he podido sacarle á Demetria razones claras de su negativa. Otro amor, dices tú. Yo digo que otra inclinación, mas no otro novio... Te aseguro que el sujeto á quien desde el principio tuve por causante de nues- tro fracaso, lo ha sido sin intención suya. buena ni mala. Entre el tal sujeto y la perla de la familia no se ha cruzado declaración, ni stes ni noes, ni frase alguna que haya traído ó llevado melindres de amor. De los demás pretendientes coterráneos que han presentado con gran encogimiento sus me- moriales, hace la niña tanto caso como del canto de los grillos. No la pierdo de vista en casi todo el día y parte de la noche, y sé que para ella no hay más sujeto que el sujeto de quien tienes noticia. No hay otro; no puede haberlo. No sólo es Demetria la misma ho- nestidad, sino la discreción y comedimiento en todo. No digo liviandades, pero ni siquie- ra coquetismo se ha conocido jamás en ella, ni las presunciones y vanidades de otras. Su carácter grave la induce á permanecer meti- da en si guardando sus devociones y queren- cias sin manifestarlas, engañando su soledad