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Nos dejaron El Quijote, La Celestina, Las Cantigas de Santa María La Araucana, El Cautiverio Feliz, La Vida es Sueño, el Romancero Gitano, El Marinero en Tierra ... la prosa y el verso; endecasílabos y alejandrinos; romanzas y sonetos. Nos fueron dejando la capacidad de transitivizar las cosas, de amalgamar lo propio y lo ajeno, lo interno y lo externo, a través de las emociones. ¿Cómo, si no fuera en castellano, podría llovérse(nos) la casa? ¿Cómo podría pasárse(nos) la noche en un abrir y cerrar de ojos? ¿Hacerse(nos) un minuto más largo que un día sin pan?

Nos dejaron la harina de trigo y el azúcar. Nos fueron dejando el secreto antiguo de la masa de mil hojas y el alfajor de yema. Nos dejaron almendros y naranjos y nos fueron dejando el milagro gozoso de la repostería de alcorza; pasta de almendrucos que se va humedeciendo con agua de azahar con la mano derecha, siempre con la mano derecha, como manda el Señor Allah. El misterio del almíbar de pelo, “una ave, dos padrenuestros y la gracia de tus manos”. El sacramento del aguardiente con cuyas once letras y una pizca de mojigatería, transformamos la merienda peninsular en el “tomar once”; quintaesencia de la chilenidad. Trajeron gallinas y les enseñamos a condimentarla con merken y con cilantro. Trajeron el arroz y el arroz con leche y les regalamos la canelita en rama. Plantaron vides y nos enseñaron la paciencia de macerarlas en barricas. También trajeron pólvora y arcabuces y aprendimos a usarlos.

Nos trajeron las cuerdas hechas guitarras, arpas, bandurrias y vihuelas. En Potosí nació el Charango y en Chile el Guitarrón y el Requinto. Aprendimos a tañerlas al ritmo de lánguidas tonadas y cuecas de huifa y pata en quincha. A cantarle a San Antonio, ese santo portugués “devoto de lo perdido, mi amante se perdió anoche; búscamelo, santo mío”.

Acá estaba el arcilla, la leña y el horno, de Granada fueron trayendo manos moriscas la receta ancestral de la cerámica olorosa que renació en Talagante y, como el guerrillero, pasando por San Fernando, fue a amanecer en Pomaire.[1]. Son las “ollitas olorositas”; artesanía primorosa de las clarisas franciscanas.

Nos dejaron la lengua, la cruz y la cuadrícula fundacional. Nos fueron dejando la maravilla de las palabras y el asombro de aprender a usarlas. El prodigio de un dios que ronda entre los peroles de viandas criollas; fragantes y perfumadas, picantes y sabrosas. El “sueño de un orden” habitable.

Memoria íntima de una hija del exilio

Algo grande me dejaste

Una pena y un cariño
  1. Tonada de Manuel Rodriguez de Pablo Neruda
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