Página:La emigración española a Chile.pdf/26

Esta página ha sido validada

Dejar e ir dejando. La diferencia parece tenue. Solo de matiz. De tiempo verbal. Sin embargo, es más que eso. Mucho más.

Dejar, implica voluntad de trascender. De continuarse en otros. A través de otros. De hacer del transmisor parte – carne y sangre – de la fuente. Dejar huella conlleva el propósito de marcar de forma indeleble el territorio físico y el territorio intangible con los vestigios de nuestro paso por ellos. Dejar huella denota vocación de intervenir los escenarios.

Ir dejando, en cambio, se asemeja a una bandada de gaviotas que, a saltitos, van marcando, ligeramente, su paso por la playa, a sabiendas que la ola borrará, una y otra vez, la huella leve, pero que la persistencia cotidiana conseguirá imprimir en el paisaje su presencia. Ir dejando es “pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”. Ir dejando, es construir – “golpe a golpe y verso a verso” – las estelas sutiles que son los senderos por los que transita la memoria.

Los españoles de todas las Españas: la España mora, la judía y la cristina; la España pobre y la España rica, la España noble y la plebeya, la antigua, la moderna y la postmoderna han dejado huellas profundas en nuestra identidad. Y también han ido dejando huellas, no por sutiles menos hondas, en nuestro diario ir viviendo, ir comiendo, ir cantando, ir bailando, ir rezando, ir pintando ...

Nos dejaron la lengua y nos fueron dejando las palabras.

La lengua castellana, limpia, pulida y esplendorosa. La lengua transparente de Góngora, príncipe de la luz. La lengua lóbrega de Góngora, príncipe de las tinieblas. La lengua afilada de Quevedo. La lengua precisa de Unamuno. La lengua arropadora de Machado. La lengua machacona de Pemán. La lengua culta y la popular y enjundiosa. Nos dieron el habla, padre y madre de nuestra identidad. Fruta jugosa y alimenticia.

Nos dejaron el habla, pero se llevaron la blasfemia. ¿Porqué harían eso? ¡Me cago en dios!

Nos fueron dejando las palabras. Como cuentas de un collar interminable. Y aprendimos a jugar con ellas. A irlas haciendo nuestras. A ordenarlas con otros ritmos. A conjugarlas en otros tiempos. A mezclarlas con las que había nacido acá, en nuestra tierra. Las ajustamos a nuestro aire. Las hicimos chiquititas, para que nos cupieran en este país tan angostito y tan lejos de todas partes. Nos quedamos con el “ustedes” y les devolvimos amablemente el “vosotros”. Algunas se nos han ido perdiendo. También a ellos. Ya nadie usa fustanes; ni siquiera enaguas. Otras todavía se las estamos guardando. Azafates, alcuzas, palanganas y jofainas nos aguaitan encaramadas en los estantes de la cocina. Las azudas aún suben agua allá en Codegua. Almacenamos el agua-lluvia en aljibes. Lavamos en artesas y guardamos la ropa con bolitas de alcanfor.

26