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embarcar en Burdeos, al preguntársele su oficio, señaló “alcornoquero”. La funcionaria chilena encargada del trámite de anotar los oficios, no pudo sino quedársele mirando atónita. “¿Alcorno qué?” Tras la explicación técnica del ampurdanés, compungida, le indicó que en Chile no había alcornoques. Incombustible al desaliento, el alcornoquero le dijo: “Pués los habrá, ya los habrá” y obtuvo su permiso de embarque.

Pero, no menos cierto es que también vino una gran cantidad que, sin dejar de ser “trabajadores calificados” – incluso calificadísimos – lo eran de las artes, las letras y las ciencias, ergo sospechosos, según los parámetros de la derecha, de izquierdistas recalcitrantes.

Entre ellos, un puñado de intelectuales que debieron permanecer casi un año asilados en la Embajada de Chile en Madrid a la espera de salvoconductos y que mataron ese tiempo de encierro dando vida a una revista literaria de ejemplar único guardada hasta hoy, como “oro en paño”, en la bóveda de la Biblioteca de la Universidad de Chile. La Luna, que tal era el título de aquella publicación escrita, ilustrada y editada por aquel grupo de noctámbulos[1] fue rescatada del olvido – poco ha – por el Dr. Jesucristo Riquelme y publicada gracias a la Generalitat de Valencia.

En cualquier caso, “rojos” eran todos. Rojos, como contrapuesto a azul. Es decir, republicanos en oposición a franquistas, abstracción hechas de la graduación o matiz del rojo al que adscribieran. Algunos, como el pintor Arturo Lorenzo se reconocen como “rojos” por encima de cualquier cosa. Como rojos y refugiados. Por encima de su republicanismo – en este caso como contraposición a monarquismo – y por encima, incluso, de su leal y fiel militancia comunista; rojos, rojísimos.

Muchos asumieron su condición de “rojos” con un “¡a mucha honra!”, como parte de su identidad. Como una forma de fidelidad a una España que ya no era, que dejó de ser, que nunca volvería a ser, que ¿había sido alguna vez? A otros, la rojez se les fue empalideciendo con los avatares de la vida. La morriña les fue pudiendo y se volvieron mas españoles que rojos, de cualquier España, aunque hubiera que comulgar con ruedas de carreta. ¿Se les podría tener en cuenta? La lejanía, a veces duele tanto... Otros, los que llegaron más jóvenes, casi niños algunos, fueron chilenizando el rojo de sus mayores. Lo fueron chilenizando todo y pasaron de mondar patatas a pelar papas, de merendar a tomar once, de las judías con chorizo a los porotos con rienda, del cocido a la cazuela.

Los rezagados de la Guerra Civil

El mundo está español hasta la muerte:
Herido mortalmente de vida
[2]
  1. Para no estorbar los quehaceres propios de la legación diplomática chilena debían vivir de noche y dormir de día
  2. César Vallejo
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