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Tarapacá, allá por los años 1912 y 1915. Ha muerto en el más completo olvido. No dejó nada detrás de ella.” Una vez más, americanos y peninsulares fuimos culpables del pecado de falta de memoria. De trasplantar al olvido a quienes, con enorme generosidad y auténtica solidaridad, nos abrieron las puertas y las ventanas de su saber ser y saber hacer. Sus obras “Chile” y “De la Vida” se perdieron en el marasmo ingrato de la indiferencia. Solo nos quedan los artículos de la prensa de la época, recolectados y reconstruidos con paciencia y dedicación encomiables por historiadores como María Angélica Illanes[1] y el registro del impacto de sus visitas a Chile recogidas en la Novela autobiográfica de José Santos González Vera “Cuando era Muchacho”.

Otros anarquistas españoles, sin embargo, se quedaron e hicieron suya la lucha de los obreros chilenos.

Caso curioso, sin duda, es el del primer anarquista español llegado a Chile en 1890, Manuel Chinchilla. A poco de llegar organizó, junto al chileno Carlos Jorquera sindicado como el “primer anarquista chileno”, los núcleos anarquistas de obreros tipógrafos en Valparaíso y Santiago. En 1892 formaron en Valparaíso – a estas alturas se habían sumado al grupo Magno Espinosa y Alejandro Escobar – el Centro de Estudios Sociales y un año después vió la luz el primer periódico anarquista de Chile “El Oprimido”. Hacia 1895 el movimiento libertario sumaba en Chile más de 100 militantes organizados entre Santiago y Valparaíso. En 1919 encontramos a Don Manuel Chinchilla como próspero comerciante en Iquique cofinanciando una curiosa Memoria de los españoles en Chile rebosante de loas a Alfonso XIII, a la monarquía, a la Madre Patria y a la España de charanga y pandereta. ¡Cosas veredes Sancho... aquel trueno, vestido de nazareno!

A principios del siglo XX, la ebullición social y la paulatina significación del movimiento obrero preocupa a las autoridades; a las chilenas y a las españolas. Una nutrida actividad epistolar entre ambos gobiernos da buena cuenta de ello. En 1901 el Ministerio de Estado español remite a través de su Embajada en Santiago una nómina de anarquistas españoles radicados en Chile a fin de que el gobierno chileno tome las provisiones necesarias. Señala la nota, por ejemplo, que en Santiago reside Ponciano Rico, carpintero, empleado de los Ferrocarriles del Estado y epiléptico. También Emilio Ibarra, confitero y licorero y José Boné, albañil, así como un primo de este, Isidoro Estéfano, y tres hijos del primero; todos anarquistas.

En Tacna (por entonces chilena) y Pisagua consigna el Ministerio español a Sebastián Sorolla, catalán, de bigotes, grueso y bajo y a Antonio Rotger, también catalán y dueño de la zapatería “La Cubana”.

Dos años después, en abril de 1903, el Ministerio español comunica al gobierno de Chile a través de su Embajada en Santiago que en el mes de enero de ese mismo año había embarcado para este país el peligroso activista libertario Eduardo Valor y Blasco.

  1. Illanes, María Angélica, La Batalla de la Memoria
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