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no hacían sino explicar la actuación de la mujer en todas las profesiones y en los empleos administrativos. Las costumbres sancionaban esa igualdad perfecta, y llegaban hasta constituir un verdadero privilegio en favor suyo, ya que la aseguraban una amplia libertad, estableciendo en su propio resguardo que la queja de una mujer por haberla faltado en lo mínimo cualquier hombre, constituye una presunción de culpabilidad para éste, lo que es así siempre interpretado por autoridad y pueblo.

Nada llama, por lo tanto, la atención en aquel país, en lo tocante á la situación social de la mujer: es abogada, médica, comerciante — y hasta reporter de los diarios, donde demuestra ser más ingeniosa que sus colegas masculinos, — sin que nadie tenga la ingenuidad de preocuparse por ello. Hasta del goce de los derechos políticos disfruta en más de uno de los estados de la Unión, y es sólo cuestión de tiempo verla ocupar las bancas legislativas, ó revestirse de la toga de la magistratura. Los clubs femeninos son poderosos y florecientes: el Sorosis, de Nueva York,