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nas, que París vió desfilar por sus calles; para renovar ese triste espectáculo en 1871, llegando hasta convertir esos regimientos femeninos en legiones de petroleras...

La gran reforma legislativa que este siglo ha visto implantar en todos los países, consagra sin embargo la injusta desigualdad de la mujer y del hombre, sometiendo á aquella á perpetua tutela: de los padres primero, de los esposos después, y de los jueces por último. ¿ Qué de extraño tiene ello, cuando la codificación contemporánea se ha basado en el código de Napoleón; y este soberbio dominador de pueblos, sólo apreciaba la mujer por el número de hijos que á la patria daba? Persistir hoy en mantener semejante ficción legal, es un error y una injusticia. Necesario es, pues, dirigir los esfuerzos en el sentido de la reforma de esas leyes; y á eso tiende una serie de congresos "femineistas" entre los que se destacan los de las exposiciones universales de París, en 1889, y de Chicago, en 1892 : los cuales han conducido á la formación de sociedades femeninas de carácter inter-