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La ciudad de Dios

los cristianos, acomodándolas á Cristo. A nosotros nos bastan las que se citan en los libros de nuestros contra— rios, á los cuales vemos por este testimonio, que nos suministran impelidos por la fuerza de la razón y contra su voluntad, á pesar de tener y conservar estos libros, los vemos, digo, esparcidos por todas las naciones, y por cualquiera parte que se extiende la Iglesia de Cristo. Sobre este particular hay una profecía en los Salmos (los cuales igualmente leen ellos), donde dice (1): «la misericordia de mi Dios me dispondrá, mi Dios me la manifestará en mis enemigos; no los mates y acabes, por que no olviden tu ley; derrámalos y espárcelos en tu virtud». Mostró, pues, Dios á la Iglesia en sus enemigos, los judíos, la gracia de su misericordia; pues como . declara el Apóstol (2): «la caída de ellos fué ocasión que proporcionó la salvación de las gentes». Y por eso no los acabó de matar, esto es, no destruyó en ellos lo que tienen de judíos, aunque quedaron sojuzgados y oprimidos por los romanos, para que no olvidasen la ley de Dios y pudiesen servir para el testimonio de que tratamos. Por lo mismo fué poco decir no los mates, porque no olviden en algun tiempo tu ley, si no añadiera también, derrámalos y espárcelos, en atención á que si con el irrefragable testimonio que tienen en sus escrituras se encerraran solamente en el rincón de su tierra, y no se hallaran en todas las partes del mundo, sin duda la Iglesia, que está en todas ellas, no pudiera tenerlos en todas las gentes y naciones por testigos de las profecías que hay de Cristo.

(1) Salmo 68.

(2) San Pablo, ep. á los Romanos, cap. II.

Tоио IV.

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