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San Agustín

obró extraordinarios milagros y maravillas, de las cuales refiere algunas la Escritura Evangélica, cuantas parecieron suficientes para dar una noticia exacta de él y predicar su santo nombre, y entre ellas la primera es, que nació de una manera admirable, y la última que con su propio cuerpo resucitó de entre los muertos, y subió glorioso á los cielos. Pero los judíos, que le dieron afrentosa y cruel muerte, y no quisieron creer en él, ni que convenía que así muriese y resucitase, destruídos miserablemente por los romanos, fueron del todo arran cados, expelidos y desterrados de su reino, donde vivían ya bajo el dominio de los extranjeros, esparcidos y derramados por todo el mundo: pues no faltan aún en todas las provincias del orbe, y con sus escrituras nos sirven para dar fe y constante testimonio de que no hemos fingido las profecías que hablan de Cristo, las cuales, consideradas por muchos de ellos, así antes de la pasión como particularmente después de su resurrec ción, se resolvieron á creer en este gran Dios. De eilos dijo la Escritura (1): «Si fuere el número de los hijos de Israel como las arenas del mar, solas unas cortas reliquias serán las que se salvarán». Y los demás quedaron ciegos y obstinados en su error, de los cuales dijo la Escritura (2): «Conviértaseles su mesa en lazo, en retribución y escándalo, ciéguenseles los ojos para que no vean, y encórvales, Señor, siempre sus lomos». Y por eso, como no dan asenso á nuestras Escrituras, se van cumpliendo en ellas las suyas, las cuales leen á ciegas y sin la debida meditación, á no ser que quiera decir alguno que las profecías que corren con nombre de las Sibilas, ú otras, si hay algunas, que no sean ópertenezcan al pueblo judaico, las fingieron é inventaron (1) San Pablo, ep. á los Romanos, cap. XII.

(2) Salmo 68 y San Pablo, ep. á los Romanos, cap. II.